viernes, 7 de mayo de 2010

VALEROSOS SOLDADOS

CAPITULO X
VALEROSOS SOLDADOS

Matices rojos con diminutos destellos violetas y sutiles reflejos de dorado incandescente, vibraban de esplendor en el ocaso de la tarde. Esta mágica y hermosa amalgama paisajística en el horizonte, rendían honor con su juego de color y su arco iris de esperanza, al arribo del general Simón Bolívar a la ciudad de los balcones.
El júbilo era contagioso en la gente, que comentaba en cada rincón de la ciudad, palabras de aliento y felicidad por la lucha que estaba realizando el ilustre guerrero.
¡Es el general venezolano!
¡El Libertador llega!
¡Viene acompañado con los héroes! Eran unas de las tantas expresiones del peruano, acompañadas por aplausos, fuegos artificiales y el alegre son de la música popular.
Simón Bolívar llegaba a Lima cayendo la tarde, y a medida que iba aproximándose a la ciudad, recordaba a Manuelita que le repetía cada noche con insistencia: -No vayas al sur Simón pues esa será una empresa difícil de manejar. Evita ir a esas tierras, pues presiento que el lugar está plagado de enemigos que te quieren destruir. Regresa a Bogotá donde se están empezando a tejer los hilos de la conspiración; ataquemos primero lo de acá y después planifiquemos lo de allá.
Bolívar pensaba en lo que le decía Manuela y cuando iba pasando por cada esquina, sentía la alegría de la gente y la euforia en general.
Clarines de felicidad como trinos de oro anunciaban que el pueblo quería libertad, y ésta impetuosa aseveración, confundía los pensamientos de Bolívar murmurando: -A lo mejor son especulaciones de mi amable loca. El mayor legado que le puedo dejar a esta gente, es librarlas del yugo colonial para que empiecen a gozar la libertad que un día tuvieron.
A medida que avanzaba hacia la plaza principal, volvían los pensamientos a los recónditos de la mente del guerrero, llenos de dudas y de interrogantes, sobre cómo y de qué manera se podían solucionar los problemas políticos y sociales de esa heroica tierra, que un día perteneció a los hijos del sol.
Desde los balcones de las casas, lluvia de tulipanes imperiales, geranio, rosas y campánulas violetas, eran esparcidos por las frágiles manos de hermosas y radiantes mujeres, haciendo desplegar su colorido y su aroma por doquier. Eran como sueños de ángeles animando a palpitar el corazón de los héroes; palpitación que crecía y creció con luminosa alegría y fulgurante avidez, en las emocionadas almas de todos.
Las limeñas suspiraron al ver aquel cortejo de militares, pero fue más profundo e intenso, cuando se percataron de la figura altiva, radiante y guerrera del general Simón Bolívar.
Para otros, que se movían en el medio político o que eran gente común del pueblo, el Libertador representaba un brillo de esperanza para solucionar los problemas más acuciantes que padecía el país.
Cuando llegaron a la plaza principal fueron recibidos por el presidente José de Torre Tagle, y en el transcurso de la conversación, Bolívar fue notificado de los sucesos que acontecieron después del fallido triunfo del general José de San Martín, quien dos años atrás había derrotado a las fuerzas españolas, pero que a los meses volvieron para consolidarse de nuevo, apoyados por diversos grupos de aristócratas criollos.
Bolívar supo que el país estaba prácticamente dirigido por dos gobiernos, y bajo el mando de múltiples fuerzas militares totalmente divididas.

Volvió a recordar lo que le decía Manuela; a lo mejor ella tenía razón, pues el suelo que estaba pisando estaba lleno de oro y plata, como una muestra de bondad del Padre Todo Poderoso, para que esta riqueza ayudara al desarrollo de toda la población. Pero la situación era otra, pues esta bendición de la naturaleza, por muchos años, fue objeto del sacrílego hurto, despiadado y salvaje, de la Corona Española, generando luchas intestinas entre todos los miembros de la sociedad virreinal. Perú, en las condiciones políticas y sociales que se encontraba, representaba un reto muy difícil para el general venezolano, pues los españoles todavía permanecían en algunas regiones del país, incluso, después de aquella declaración de independencia realizada por el general José de San Martín, donde su proyecto se vio opacado por apetencias de poder de quienes le ayudaron.
Hubo un grupo significativo de peruanos que se unieron de nuevo a los españoles, constituyendo un gobierno totalmente diferente al gobierno central.
Cantidad de militares se dignaron en dar apoyo a los representantes de Castilla, generando conflictos con aquéllos que en realidad sí querían liberarse del colonato español.
El esquema socio político del Perú lo analizó Bolívar, como el complicado juego del ajedrez, donde sólo hay dos adversarios, y el más sagaz e inteligente será el que triunfará, más la suerte estaba echada, y con sagacidad, Bolívar tendría que emprender esta lucha con audacia y valentía, como siempre lo había hecho, y triunfar, para acabar con un país corrompido y desmoralizado y crear a uno libre y totalmente renovado. Ese era su objetivo.
Pensó si Manuela a lo mejor tenía razón, pero ya estaba en aquel mar turbulento de problemas y contratiempos, y a pesar de esa oscura dificultad, trataría de conducir el barco con optimismo y seguridad, pues parte del pueblo lo aclamaba, y el propio parlamento a los días le dio votos de confianza para ejecutar su plan de guerra, y ver si el resultado del mismo terminaba con la crisis en la que estaba sumergida la república.
El general Simón Bolívar agradeciendo la generosa y digna honra que le propusieron los parlamentarios, prometió luchar hasta el final, diciéndoles que encendería la victoria con el rayo de la libertad, para que la patria entrara en el justo desarrollo político, económico y social que necesitaba.
Después del tedéum realizado en la plaza mayor, Bolívar se retiró con su comitiva a los salones presidenciales, donde se reunió con el marqués de Torre Tagle y el alto mando militar peruano.
En la noche le fue obsequiada una cena, donde asistieron militares chilenos, argentinos, colombianos, ecuatorianos, venezolanos y los de la legión extranjera, quienes escucharon del caraqueño un corto y discreto discurso que abrió en el corazón de muchos la esperanza por ver un Perú libre del colonato español.
Cerca de la media noche fue cautivado por los embelesos de una hermosa limeña que lo invitó a su casa. Allí vivieron momentos mágicos y placenteros del amor.
Vestida con blancas y sutiles telas olorosas a jazmín y pétalo de rosas, como las que se ponían las bailarinas en las noches babilónicas para complacer las concupiscencias de un sultán, la bella dejó que sus encantos fuesen admirados por el general Bolívar, quien con sus delicadas manos y su desbordante pasión fue buscando pacientemente lo prohibido, dejando en el aire suspiros, quejidos y ruegos seguidos de satisfacción.
La vida, felicidad y valentía de esta limeña, tuvieron un fugaz premio que se anidó en su corazón. Bolívar le había dicho esa lujuriante noche, que guardaría esos maravillosos besos y esos mágicos encantos en el rincón de su baúl de amor.
Bolívar le fue amando entre delirantes murmullos y susurros, besos, apretones y una ola afectuosa y desbocada de placer.

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