sábado, 29 de enero de 2011

La Familia.

Capítulo I.
La Familia.

Cuando terminaron de echar la última palada de tierra en la fosa del cementerio de Boconó, y el sacerdote culminó sus ritos religiosos con el agua bendita, los escapularios y las plegarias de descanso por el alma del difunto, una sorpresiva llovizna empezó a caer, dispersando del campo santo a familiares y amigos que asistieron esa tarde a tan triste y fúnebre adiós de despedida.
El padre de Benigno María Hernández Manzaneda, descansaba ahora en paz, en el mismo lugar donde estaban los restos de su esposa, llamativo mausoleo que la familia había mandado ha construir con un artesano de la zona, oriundo de España, que talló pacientemente en mármol con rigurosa inspiración de alma y corazón: ángeles, arcángeles y silfos y una labrada cruz con la figura de Jesús la dolorosa tarde de su crucifixión.
Después del acto fúnebre, Benigno María y sus otros hermanos caminaron en un mutismo total hasta la entrada del cementerio, donde las carretas los llevaron hasta el hogar que los vio nacer y crecer.
Cuando entraron al coche, los hermanos Hernández sintieron tristeza al oler el hálito de la colonia de su padre, que no queriendo irse con él, permanecía con su inigualable olor en todo el armatoste de madera, pues allí, él se transportaba todos los días para ir a sus acostumbradas labores comerciales a los pueblos más cercanos.
El fiel cochero y servidor que durante tantos años permaneció al lado de la familia, sentía también dolor en su corazón, a medida que el coche se desplazaba lentamente por las adoquinadas calles del pueblo.
Cuando llegaron al lugar, uno de los muchachos que trabajaba allí, abrió el portón para que la carreta entrara al patio de la casa, en el preciso momento que la criada de la familia venía consternada a recibirlos, irrumpiendo de nuevo los jóvenes en tristes sollozos y abrazando a aquella mujer descendiente de la etnia de los isnotúes, que los ayudó con la crianza en ese tranquilo y armónico lar.
En la noche consolados por los amigos más cercanos a la familia, los Hernández, sobre todo Socorro, la tía que se había quedado para vestir santos como decían, dirigía el rezo de oraciones por el eterno descanso de don Remigio Hernández.
Las plegarias llenas de tantos sentimientos volaban airosas como las mariposas de abril, introduciéndose sagazmente por los orificios de las ventanas, para irse a los patios y al solar y perderse en los recónditos de las altas montañas, o trasladarse a las aguas profundas de los abundantes ríos y riachuelos, y quedarse allí, evocando de nuevo el descanso eterno del difunto.
Benigno María resignado pues fue él quien vio morir a su padre al pie del árbol en el patio principal, les comunicó a sus hermanos cuando terminaron de rezar, que deseaba descansar para que sus pensamientos melancólicos se alejaran de su mente y corazón.
Pero aquel plácido anciano echado lánguidamente en el cálido cobertor de plumas de ganso, y con sus ojos cerrados, conocido como Dios Morfeo, no apareció esa noche en la habitación de Benigno María.
La total ausencia de este etéreo personaje, hizo parar a Benigno de la cama varias veces induciéndolo a asomarse en la ventana, donde observó en el viejo roble que había en el patio, la fiel lechuza blanca que con sus acostumbrados y melodiosos sonidos guturales, lo instaban a él y a sus hermanos en las noches para que fueran a dormir. El chirrío de aquella ave rapaz era como el saludo de un grato amigo todos los días del año.
Recordó Benigno María, mientras miraba la lechuza, que su padre un día mientras desayunaban les dijo: - esa hermosa ave que me regalaron el día que me casé con mi Lorenza Ana, es el símbolo del progreso intelectual, de la sabiduría y la razón.
Mientras tomábamos el chocolate y untábamos el pan con mantequilla criolla, nuestro padre esa mañana nos transportó por ese mundo mitológico de la diosa de la sabiduría, representada por Minerva. Luego nos llevó de la mano hasta el roble, y allí, cobijados bajo la sombra de sus ramas y hojas, terminó de contarnos la historia de la lechuza.
Papá nos decía que cuando llegó a esta casa, después de haber contraído matrimonio, lo primero que hizo fue llevar el pichón al roble del patio, para que viviese allí.
-¡Yo hablaba con ella! – Recordó Benigno - y en las noches antes de acostarme, le susurraba que disculpara a mi papá por haberla dejado en el roble, pues el olivo, su inseparable árbol, símbolo vegetal de la Diosa Minerva, no crecía en estas tierras.
La lechuza con sus profundos ojos nos miraba, como queriendo decir que lo del olivo no importaba y que ella se sentía a gusto en ese frondoso arbusto.
De pronto, Benigno María se paró de la silla donde estaba cavilando, decidido a acostarse de nuevo, pero los pensamientos volvieron a perturbarle el sueño, pensando en el patio, donde la lechuza en las noches miraba con ojos de inteligencia a su padre y a sus hermanos, cuando aparecía misteriosa por entre los ramajes. De esta manera nos acostumbramos a quererla como un miembro más de la familia.
Al rato Benigno recordó cuando cumplió quince años y su padre le hizo un comentario que jamás olvidó:
¡Hijo mío! Sé que últimamente te está gustando la política y que quieres participar activamente en ella. Te asomo unas recomendaciones que un día me las dijo mi general Cruz Carrillo, cuando cabalgábamos rumbo a Caracas con el Libertador Simón Bolívar, en la lucha por la Independencia, y cuyos consejos quedaron grabados en mi corazón para siempre: - ¡Capitán Remigio! Si por alguna razón cuando termine la guerra se te ocurre entrar en el difícil arte de la política, lo primero que tienes que aprender es ha tener reflexión, confianza, honestidad y paciencia, para que puedas triunfar y así poder ayudar al prójimo; y esas sabias palabras, pues nunca ingresé en la política, las guardé en mi corazón, y hoy te las regalo hijo, para que cada noche las analice con paciencia y devoción.
Pensando en esto que le había dicho su padre, Benigno susurró:
-¡La política! Que mal concebida está en nuestro suelo patrio y que oscuros negocios se han escondido detrás de ella, utilizando muchas veces los pensamientos de los héroes independentistas, sobre todo, el pensamiento y la filosofía de libertad del Padre de la Patria Don Simón Bolívar.
Se había enrolado en el partido Conservador, y participó durante algunos meses en los planes políticos contra Antonio Leocadio Guzmán, fundador del Partido Liberal. Conoció los planes revolucionarios del general Ezequiel Zamora, figura emblemática de la guerra federal de 1859; no estaba de acuerdo con esta lucha que iba ha emprender el general, y fueron muchas las ocasiones que asistió a reuniones con líderes del Partido Conservador, que se oponían rotundamente al plan político que manejaban los líderes Liberales.
Hubo entre éstos un acérrimo enemigo de Benigno llamado Martín Espinoza, que en varias oportunidades lo quiso enfrentar para eliminarlo físicamente, pero esto no trascendió, pues el joven astutamente a tiempo, se separó del movimiento político, aplacando los desafueros de Espinoza que lo dejó tranquilo.