lunes, 11 de enero de 2010

El joven era despertado por este continuo jolgorio de tilines

El comienzo del alba en esta bulliciosa y hermosa ciudad, era seguido por los repiques estruendosos de campanas en iglesias y catedrales llamando desde muy temprano a los feligreses, para iniciar la oración del día.
El joven era despertado por este continuo jolgorio de tilines, y después de bañarse, vestirse y tomar un frugal desayuno, encaminaba sus pasos a la calle de Atocha donde lo esperaba el marqués de Ustáriz para instruirlo en diferentes materias de ciencia y filosofía.
Estas clases las recibía los lunes, miércoles y viernes, pues los días intermedios los ocupaba en estudiar matemática, geografía e idiomas.
Los sábados y los domingos los destinaba a pasear con su tío Esteban por los alrededores de la ciudad.
Cuando decidían ir al palacio de Aranjuez, don Esteban pacientemente le explicaba a su sobrino lo relacionado con esa altiva mansión de los reyes.
La alegría de Bolívar se desbordaba cuando su tío iba narrándole la interesante historia de ese sitio. Lo escuchaba en silencio mientras caminaban hasta la casita del labrador, donde contemplaban con emoción la belleza de las flores y la sombra abrumadora de arces, nogales y tilos. Luego cuando volvían a entrar a las galerías interiores del palacio, hacían alto en cada esquina para detallar las cosas bellas de sus majestuosos vestíbulos.
Un domingo Bolívar tuvo oportunidad de conocer el comedor de gala y la sala de guardia de la Reina, donde su tío Esteban con paciencia le narró el sinfín de cosas que rodeaban el lugar; después salieron a solazarse en los hermosos y aromáticos jardines, donde se sentaron cerca de la fuente del niño de la espina a descansar. Cayendo la tarde decidieron ir hasta la fuente de Hércules, donde contemplaron las hermosas ninfas de mármol mostrando sus provocativas y eróticas poses.
Cuando llegó el verano y le dieron a Bolívar vacaciones, sintió un deseo incontenible de salir a divertirse.
Con la compañía de varios amigos se iba en las noches a los cafetines o a bailar en las tabernas.
Conoció infinidad de tascas y fondas donde ejecutan los bailes al aire libre. En ellas vivió el verdadero baile andaluz, donde hermosas mujeres de resplandecientes ojos contorneaban sus cuerpos al compás de guitarras, panderetas y bandurrias.
Simón y sus amigos seguían el ritmo de la música, siempre acompañada con pícaras frases de amor. Aplaudían emocionados y vociferaban pequeñas estrofas que le enseñaban los gitanos.

Una noche en una tasca presentaron un espectáculo al aire libre, donde un grupo de aragoneses bailaron la jota, danza popular de origen moro.
La alegría reinaba en la tasca y esto terminó de emocionar a los jóvenes cuando entraron al lugar.
El regocijo de hermosas bailarinas luciendo atractivos trajes, y sus gracejos y picardías, alegró a Bolívar en aquella opulenta recepción, que iba a presentar esa noche un grupo musical, donde algunos ya estaban afinando sus instrumentos produciendo en el ambiente desordenados y estridentes sonidos.
Del otro lado los cantantes entonaban sus gargantas ordenando guturalmente la escala musical.
Bolívar lo observaba todo con emoción y ésta se hizo más intensa, cuando las jóvenes comenzaron a sonar sus castañuelas.
En la parte exterior de la tasca donde realizarían el espectáculo, cada cual estaba pendiente de tomar el mejor lugar para observar con detalle la actuación.
-¡Os apetece un vino o un fino clarete! - Escuchó Simón detrás de su espalda.
-¡Manolo! - Respondió sorprendido el venezolano.
En la posta de caballos había conocido Bolívar este joven cuando llegó a Madrid.
-¡Hombre! - Le espetó Manolo - a lo mejor vas a tener agradables sorpresas esta noche.
Bolívar reía por las jocosas palabras que decía su amigo, y animándolo a entrar le dijo:
-pidamos el mejor vino de la tasca, pues esta noche quiero divertirme.
Tomaron asiento cerca del patio donde iban a presentar el espectáculo.
Camilo, el más viejo de los meseros, lucía un típico traje andaluz y Bolívar lo llamó para pedirle el mejor vino de la región.
Después de saludarlo, pues ya se conocían, aceptó la sugerencia sobre un tinto de Rioja.
Cuando Camilo terminó de descorchar la botella y servir el vino, se perdió por entre el grupo de mozos y mozas que estaban en el patio de la taberna.
De pronto escucharon en el ambiente un canto embrujador, que comenzó con un fino estribillo que hablaba de los coquetos ojos de las morenas, mientras se escuchaba el suave rasgueado de las guitarras y el estridente sonido de mandolinas y bandurrias acompañando la canción.
La algarabía de la gente se hizo sentir con aplausos y chiflidos, emocionando a los músicos, quienes alegres hicieron hablar de nuevo sus instrumentos, produciendo hermosas notas musicales que acompañaban el suave eco de las castañuelas.
¡Noche placentera llena de emoción! Surgía a cada instante.
Las coquetas miradas de las voluptuosas bailarinas produjo desbocada palpitación en el pecho de muchos, quienes emocionados regalaban un beso que quedaba atrapado en algún corazón.
Bolívar suspiró al ver las damas rondándole su entorno. Sintió el encanto femenino, sobre todo el de una muy particular, que coqueteaba con él, como los hermosos resplandores de la luna de esa noche.
La canción que esta morena cantaba llena de salerosas palabras de incitación al amor, hizo feliz al joven, quien totalmente desinhibido empezó a guiñar sus ojos con discretas señas de emoción.
La danza de la pasión continuó en un apartado jardín de la tasca, y de allí volaron como coquetas mariposas buscando el ansiado y caluroso nido de amor.

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